Por: María Elena Dávila G.
Durante años, la enfermedad mental fue territorio exclusivo de la psiquiatría. Lejana, técnica y medicalizada. Cuando hace veinte años me formé como psicoterapeuta humanista, prácticamente no sabía qué era. Tenía una visión romántica del potencial humano y desconfiaba de las etiquetas psiquiátricas, pero tampoco entendía de qué se trataban los trastornos mentales.
Sigo creyendo en el potencial humano, pero ya no soy tan romántica. He acompañado a muchas personas que encajarían perfectamente en diagnósticos clínicos y, sin embargo, no hacer psicoterapia desde el diagnóstico ha sido fundamental para lograr una atención humanizada, sesiones profundas y mejores resultados.
A partir de mi experiencia, y del pensamiento crítico que cada vez más terapeutas e investigadores defienden, quiero compartir aquí mi visión actual sobre la psicopatología:
¿Qué no son los trastornos mentales?
No son solo biología.
Aunque los factores biológicos juegan un rol, no hay evidencia concluyente de que, por ejemplo, la depresión sea causada por un desequilibrio químico o por herencia genética.
No definen a una persona.
Son solo una parte dominante, pero no la totalidad del self. Por ejemplo, quien vive con trastorno obsesivo compulsivo puede reconocer lo absurdo de sus rituales, aunque no logre soltarlos.
No son voluntarios.
Ocurren fuera del control de quien los experimenta.
No son irracionales.
Los síntomas suelen ser intentos desesperados de adaptación a circunstancias emocionalmente insoportables. Muchas adicciones, por ejemplo, son formas de automedicación del dolor del abuso, la humillación o el desamparo.
No son simples.
Son respuestas inconscientes y complejas, que buscan protegernos. Como en el caso de la anorexia, donde restringir comida puede sentirse como una cuestión de vida o muerte.
No aparecen de la nada.
Casi siempre hay un núcleo traumático. Como el cuerpo, la mente se rompe cuando recibe golpes demasiado fuertes. Y lo que hacemos después para sobrevivir —incluso si nos hace daño— tiene pleno sentido.
¿Cómo se trastorna la mente?
Las autolesiones, la ideación suicida, las compulsiones, las adicciones, entre muchas otras, son manifestaciones del sufrimiento psíquico. Pero ¿por qué pasa esto? ¿Son enfermedades? ¿Se curan? ¿Tienen una función?
Aunque hoy en día la salud mental y su otra cara, la enfermedad mental, están en las redes, en los medios y en las conversaciones informales, hay mucha confusión, ignorancia y psicología pop. Su gran visibilidad no necesariamente aclara de qué se trata. Ya no es asunto exclusivo de psiquiatras o psicólogos, sino también de influencers, y está en boca de todo el mundo. Pero todavía no hay consenso sobre qué son los trastornos mentales y cómo tratarlos.
Aunque oficialmente se reconoce que los determinantes de los trastornos mentales son biológicos, sociales y culturales, en la práctica el individuo sigue llevando la carga. Pero la salud mental no se deteriora en el vacío. Hay múltiples factores sociales que afectan profundamente nuestra psique: adicción a la tecnología, crisis climática, inseguridad económica, violencia, soledad, desconfianza en los vínculos, polarización social, desigualdades profundas, y un gran etcétera.
El deterioro de la salud mental no puede explicarse porque las personas tengan cerebros dañados que necesitan medicación para curarse. El problema claramente no es individual, sino que el individuo es un síntoma de grandes problemas colectivos.
El modelo diagnóstico se queda corto
Estamos atrapados entre dos extremos: por un lado, una psicología que extiende la idea de que existen métodos que harán desaparecer los síntomas para llegar a un estado de bienestar total, y un modelo biomédico que etiqueta y medica, pero no explica.
¿La persona está deprimida porque no se levanta de la cama, o no se levanta de la cama porque está deprimida?
Que los síntomas expliquen la enfermedad y la enfermedad los síntomas, no explica nada. "Todo puede ser explicado, lo que no implica que las explicaciones expliquen algo de modo absoluto (Darío Sztajnszrajber 2018, Filosofía en 11 frases).
Y ese es justamente el gran problema del modelo diagnóstico, que funciona más o menos así: "si se produce A, entonces a menudo también se produce B. Pero por qué eso es así no se sabe (...) Esto es así y punto. La pregunta por el porqué está aquí demás. Es decir, no se comprende nada" (Byung Chul Han 2022, La expulsión de lo distinto).
Este modelo que no se interesa por el por qué, sino solo por la correlación de variables, es demasiado incompleto. Nunca deberíamos conformarnos con una respuesta tan simple para procesos tan complejos como los implicados en el desarrollo de algún tipo de trastorno mental.
No hay enfermedades, hay procesos
La enfermedad mental no es la causa del sufrimiento. Es su consecuencia.
No existe una entidad concreta y medible llamada "depresión" o "trastorno de ansiedad generalizada", al menos no como lo plantea la medicina. Lo que vemos en consulta son procesos dinámicos, respuestas extremas a realidades internas y externas difíciles de sostener:
En el pensamiento: sobreanalizar, catastrofizar, rigidez mental.
En lo emocional: sentir demasiado, o casi nada.
En la percepción: disociación, hiperestimulación, alucinaciones.
En la conducta: aislamiento extremo, impulsividad, evitación.
En la identidad: sentirse grandioso o completamente inútil.
Por eso, un sistema de salud mental centrado en diagnósticos pierde de vista lo más importante: que el sufrimiento humano genera adaptaciones sintomáticas. La psicoterapia no es para eliminar síntomas y “curar trastornos”, como si tal cosa fuera posible. En los hechos, es para acompañar la experiencia subjetiva, especialmente cuando está llena de angustia y soledad. Y para dignificar lo que duele, encontrarle sentido y comprender.
Probablemente ya es hora de dejar de usar términos como “enfermedad mental” y empezar a hablar de lo que realmente vemos y vivimos: malestar psíquico, sufrimiento emocional, conflictos intrapsíquicos, dinámicas disfuncionales, crisis existenciales, respuestas al trauma, desregulación, efectos del entorno opresivo, vulnerabilidad psicosocial...
Salir del lenguaje de las etiquetas técnicas abre puertas para comprender, y solo la comprensión permite acercarnos, cuidar y reponernos.